Fiesta de Nuestra Señora del Pilar


La tradición de la Virgen del Pilar, tal como ha surgido de unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles predicaban el Evangelio. Se dice que Santiago el Mayor había desembarcado en la Península por el puerto de Cartagena, lugar donde fundó la primera diócesis española, predicando desde entonces por diversos territorios del país. Los documentos dicen textualmente que Santiago, «llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso».

En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando «oyó voces de ángeles que cantaban Ave María, Gratia Plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol». La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que «permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio». Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, antes de que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresarse a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima.

La devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el establecimiento del Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como «una antigua y piadosa creencia». En 1438 se escribió un «Libro de Milagros» atribuidos a la Virgen del Pilar, que contribuyó al fomento de la devoción hasta el punto de que, el rey Fernando el Católico dijo: «creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Santa y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros».

El Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de octubre para la festividad particular de la Virgen del Pilar, pero ya desde siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos sujetos al rey católico, se celebraba la dicha de haber tenido a la Madre de Dios en su región cuando todavía vivía en carne mortal.

Tres rasgos peculiares que caracterizan a Ntra. Sra. del Pilar y la distinguen de otras advocaciones marianas. El primero es que se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal. La segunda la constituye la Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer templo mariano de toda la Cristiandad. Y la tercera es la vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (Santiago de Compostela); por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido los ejes fundamentales en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de España.

La Basílica del Pilar, en Zaragoza, constituye en la actualidad uno de los santuarios marianos más importantes del mundo y recibe contínuas peregrinaciones. Ante la Virgen han orado gentes de todas las razas, desde las más humildes, hasta los reyes y gobernantes más poderosos, e incluso pontífices. El grandioso templo neoclásico se levanta sobre el lugar de la aparición, conservándose la Columna de piedra que la Virgen dejó como testimonio, un Pilar que simboliza la idea de solidez del edificio-iglesia, el conducto que une el Cielo y la Tierra, a María como puerta de la salvación.

El día 12 de octubre de 1492 fue precisamente cuando las tres carabelas de Cristóbal Colón avistaban las desconocidas tierras de América, lo que ha motivado que la Virgen del Pilar haya sido proclamada como patrona de la Hispanidad, constituyendo el mejor símbolo de unión entre los pueblos del viejo y nuevo continente. Su fiesta se celebra con gran fasto en todas las naciones de habla hispana y especialmente en la ciudad de Zaragoza, donde miles de personas venidas de todo el mundo realizan una multitudinaria ofrenda floral a la Virgen.

VISIONES Y REVELACIONES

Ana Catalina Emmerich


VISIONES DE LA NATIVIDAD
Introducción
En las visiones completas de la vida de Jesús y de María, el lector hallará numerosos pormenores de la Sagrada Familia en el viaje a Belén y el nacimiento del divino Infante en la gruta. Las contemplaciones de este capítulo son cuadros aislados, vinculados a distintos actos de la vida de Ana Catalina, que le sugieren reflexiones de carácter histórico, como el del año del nacimiento del Redentor y los sucesos de Roma y Oriente en la gloriosa noche; de carácter etnográfico, como la descripción de lugares de África y Asia y de los habitantes de la región que baña el río Ganges; de carácter alegórico, el del Jovencito que le da una corona de perlas, el del ángel de la Paciencia vestido de verde y el de la anciana cubierta de telarañas, encerrada por los jóvenes bullangueros que representan la Reforma protestante. Resultan conmovedoras las escenas donde la vidente aparece entre la Sagrada Familia, buscándole albergue y ayudándola con trabajos y oraciones.


  1. Fecha del nacimiento de Jesucristo.

    He visto que el año 3997 no estaba aún completo cuando nació Jesucristo. Los cuatro años no completos desde su nacimiento hasta el año 4000 fueron más tarde olvidados y así nuestra era comenzó cuatro años más tarde2. Uno de los cónsules de entonces se llamaba Léntulo; era un antepasado del sacerdote y mártir Moisés, cuyas reliquias tengo aquí, el cual vivió en tiempos de San Cipriano. De él desciende también aquel Léntulo, que fue luego amigo de San Pedro en Roma.Cristo nació en el año 45 del emperador Augusto. Heredes reinó 40 años. Durante siete años no fue independiente, aunque desde entonces oprimía al país y ejercía muchas crueldades. Murió más o menos en el sexto año de la vida de Jesucristo. Creo que su muerte fue ocultada por algún tiempo. Murió mal y aún en sus últimos momentos ejercía actos y mandatos de muertes y de terror. Lo he visto arrastrándose en medio de una habitación acolchada. Tenía una lanza consigo y quería herir a los que se le acercaban. Jesús nació más o menos en el año 34 de su reinado. Dos años antes de la entrada de María en el templo, Herodes mandó hacer obras en el templo. No era una nueva edificación: sólo hacía cambiar algunas cosas y hermosear otras.
  1. Sucesos del nacimiento de Jesús.

    Cuando Jesús nació vi en Roma, al otro lado del Tíber, un barrio donde vivían muchos judíos. En aquel barrio brotó una fuente de aceite y todos se maravillaron. Vi que una magnífica estatua de Júpiter cayó hecha pedazos en un templo, cuya bóveda también se desplomó. Los paganos estaban llenos de espanto y preguntaron a otro ídolo, creo que el de Venus, qué significaba eso, e hicieron sacrificios.
    El demonio tuvo que responder por boca del ídolo: «Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un hijo, sin dejar de ser virgen, y acaba de dar a luz». Este ídolo habló también desde la fuente de aceite que había brotado. En el sitio donde surgió se levanta hoy una iglesia consagrada a la Madre de Dios. Vi a los sacerdotes de los ídolos, consternados, haciendo averiguaciones acerca de lo sucedido.
    Setenta años antes, cuando el ídolo había sido cubierto de espléndidos adornos de oro y piedras preciosas y se ofrecían sacrificios solemnes, vivía en Roma una piadosa mujer. No recuerdo si era judía. Su nombre sonaba como Serena o Cyrene. Poseía algunos bienes. Estaba dotada del don de visiones; hizo algunas profecías diciendo públicamente a los paganos que no debían rendir tan grandes honores a Júpiter ni sacrificarle, pues habría de quedar despedazado en medio y a la vista de todos. Los sacerdotes la detuvieron y le preguntaron cuándo sería eso. Como no pudo anunciar la época, fue encerrada y perseguida, hasta que Dios le dio a conocer que el ídolo caería cuando una virgen pura diera a luz un niño. Al dar esta respuesta todos se burlaron de ella y la dejaron libre, considerándola por loca. Pero cuando al derrumbarse el templo se hizo pedazos el ídolo, reconocieron que había dicho verdad, asombrándose de lo que había dado como señal del hecho, porque naturalmente ellos nada sabían de que la Santísima Virgen hubiera dado a luz e ignoraban el nacimiento de Jesucristo. Vi también que los magistrados de Roma se informaron de lo sucedido y de la aparición de la fuente de aceite5. Uno de ellos se llamaba Léntulo, que fue abuelo del mártir y sacerdote Moisés y de aquel otro Léntulo que más tarde fue amigo de San Pedro en Roma.
  1. La visión del emperador Augusto.

    También he visto algo relacionado con el emperador Augusto, pero ya no lo
    recuerdo bien6. He visto al emperador rodeado de otras personas sobre una colina de Roma, en uno de cuyos lados se encontraba aquel templo que se había derrumbado.
    Unas gradas llevaban hasta la cumbre de la colina, donde había una puerta dorada, bajo la cual se trataban diversos asuntos. Cuando el emperador bajó de allí, vio hacia el lado derecho, sobre la colina, una aparición en el cielo: era una Virgen sobre un arco iris, con un niño suspendido en el aire y que parecía salir de ella. Creo que el emperador fue el único que vio esta aparición. Acerca de su significado hizo consultar a un oráculo que había enmudecido, el cual, no obstante, habló de un niño recién nacido a quien todos debían rendir homenaje. El emperador hizo erigir entonces un altar en el sitio de la colina donde había tenido la aparición y después de haber ofrecido sacrificios, dedicó este lugar al primogénito de Dios. De todo esto he olvidado la mayor parte.
  1. Anuncios en Egipto.

    También en Egipto vi un acontecimiento que anunciaba el nacimiento de Cristo.
    Mucho más allá de Matarea. de Heliópolis y de Menfis, enmudeció un célebre ídolo que pronunciaba habitualmente toda clase de oráculos. El rey mandó hacer sacrificios en todo el país para obtener que dijera por qué callaba. El ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba silencio y que debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en aquel mismo sitio sería levantado un templo en su honor. El rey quiso levantar ese templo allí mismo cerca de donde estaba el ídolo. No recuerdo ya todo lo que sucedió; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó allí un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera pagana.
  1. Pormenores de la vida de Joaquín y de Ana.

    Cierta vez que manifestó el Peregrino la pena que sentía por ignorar las
    circunstancias y pormenores de la vida de Jesús, Ana Catalina dijo:
    Todos los conozco, aún los más menudos, como si yo misma los hubiera
    presenciado. También conozco todos los pormenores de la vida de la Madre de Dios y yo misma me admiro de ver estas cosas con tanta viveza, siendo así que no he podido leerlas en ninguna parte. Ana había tenido ya varios hijos, pero conocía que el verdadero retoño no había venido todavía; por lo cual pedía a Dios con oraciones, ayunos y sacrificios, que le otorgara la gracia que le había prometido. Dieciocho años aproximadamente vivió sin tener más hijos, muy afligida, atribuyendo humildemente a sus pecados que no se cumpliera aquella promesa. Dirigióse Joaquín al templo de Jerusalén para presentar algún don como sacrificio expiatorio, pero hubo de ser despedido. Hizo oración muy apenado, y en sueños recibió la certidumbre de que su mujer tendría una hija. Ana alcanzó también la misma promesa y en el tiempo señalado tuvo una niña por nombre María. Como Joaquín y Ana supieron que ella era un don puro del Señor, resolvieron llevarla al templo y consagrarla a su santo servicio. Condujéronla pues al templo cuando sólo tenía tres años. Luego que llegaron a él quisieron tomar de la mano a la niña. que iba vestida de seda azul celeste, para subir con ella las gradas del templo; pero María las subió sola con gran presteza y agilidad y de esta manera entró con sus padres en el templo, Al despedirse de ellos no mostró miedo ni tristeza, sino se puso tranquila y confiada en manos de los sacerdotes. Ya en el templo fue instruida en todas las cosas en las cuales debía trabajar. Cuando cumplió los catorce años escribieron a sus padres para que vinieran por la niña, pues según los estatutos no se podía permanecer en él de esta edad en adelante. De muy buen grado se hubiera ella quedado en el templo en estado de doncella; pero esto no le era permitido. Sus padres no sabían cómo hallar un esposo digno de tan soberana niña; y así acudieron al templo para consultar al Señor sobre este punto. Dispúsose, pues, que los jóvenes que aspirasen a su mano, llevasen una vara al Sancta Sanctorum, pero éstas quedaron sin cambiarse. Como se hubiesen ordenado con tal motivo nuevos sacrificios y oraciones, se oyó una voz que decía que allí faltaba la vara de un joven. Y después de haberse inquirido acerca de esto, dióse con José, de noble familia, quien por su sencillez y por su estado de célibe era menospreciado por los suyos. Habiendo, pues, llevado también éste su vara al Sancta Sanctorum, a la mañana siguiente vióse que había florecido y que en el extremo superior tenía una azucena. Fuéle por tanto confiada María en calidad de esposa. Luego que María le dijo que tenía hecho voto de perpetua virginidad, alegróse mucho José. María no dejaba de pensar constantemente en el Salvador prometido; pero en su humildad sólo pedía a Dios que la hiciera sierva de aquélla a quien Él hubiese elegido para Madre del Mesías; por lo cual concibió gran temor cuando el Ángel le anunció su excelsa maternidad. De todas sus apariciones y del mensaje del Ángel nada dijo a su esposo.
  1. María y José camino de Belén..
    (27 de Noviembre de 1819)

    Fui a Belén y salí al encuentro de María y José recorriendo un buen espacio de camino. Sabía que habían de entrar en una majada y lleno el corazón de esperanza me dirigí al lugar por donde venían los viajeros. Los vi de nuevo cercados de luz, tranquilos y amorosos, como siempre, aproximarse llevando consigo el asno, y me alegré de verlo todo como en mi primera juventud. Cuando hube caminado un buen trecho me encontré con la choza de los pastores; me dirigí hacia allá, y vi a lo lejos a José y a María con el asno, rodeados de luz, a través de la oscuridad de la noche. La Sagrada Familia estaba en medio de un fanal de luz que se movía con ellos; por donde iban, veíase alumbrado el camino como por una linterna. Ana y Joaquín habían provisto abundantemente a la Virgen de todo lo necesario para el nacimiento de Jesús, pues esperaban que volvería antes de dar a luz al Verbo encarnado. Pero María, presintiendo que no había de ser al lado de sus padres, tomó consigo, con admirable humildad, sólo dos pañales entre todo lo que estaba preparado; pues entendía, de un modo inefable, que debía y había de ser pobre y no acostumbraba poseer bienes exteriores, porque tenía en sí misma todo Bien. Sabía, sentía y resolvía en su pensamiento, sin advertirlo, que, así como el pecado vino al mundo por una mujer, por otra había de nacer la expiación, y en este sentido había dicho: «He aquí la esclava del Señor». En todo seguía siempre la voz interior que llama y mueve irresistiblemente a todos los que Dios eligió para cosas extraordinarias. También a mí me ha llamado y movido muchas veces esta voz y nunca en vano.
  1. La choza de los pastores.
    (13 de Diciembre de 1819)

    Esta noche estaba yo en las cercanías de Belén, en una humilde choza de pastores, lisa y cuadrada. En ella habitaban unos ancianos que habían dividido su vivienda por la parte de la izquierda con un muro de tierra arcillosa, oblicuo y negro. Junto al hogar estaban colgados los cayados y había algunos platos apoyados en la pared. De allí salió el pastor y me mostró otra vivienda que había enfrente, donde estaban sentados María y José en el suelo, junto al muro, con las piernas cruzadas, guardando silencio. María tenía las manos cruzadas debajo del pecho; llevaba un vestido blanco y un velo en la cabeza. Yo permanecí algún tiempo allí, para venerarlos, y luego salí de aquel lugar. Detrás de la casa había un soto.
  1. Tierra Santa.
    (14 de Diciembre de 1819)

    Salí de Flamske como un niño que va a la Tierra Santa y corrí al encuentro de
    María. Iba tan de prisa y con tanto anhelo por la venida del Salvador, que atravesé Jerusalén y Belén con el cabello suelto. Deseaba buscarles un buen albergue para que pasaran la noche. La casa arriba mencionada no distaba mucho de la que encontré, pero había algunas otras casas en medio. Entré en una cabaña junto a la cual había un establo. El pastor y su mujer eran jóvenes. Vi llegar a la Sagrada Familia muy de noche. El pastor reconvino afablemente a San José porque caminaba con María en aquella hora tan avanzada. María iba a su lado en el asno, sobre un asiento, teniendo donde apoyar los pies. Por el aspecto de María parecía muy próximo el nacimiento del Niño Dios. Dejaron el asno delante de la puerta y el pastor lo condujo, según creo, al establo. Habiendo sido muy bien recibidos, entraron en una habitación donde se hallaron cómodamente. Nunca los vi comer mucho. Llevaban consigo panes pequeños y delgados. Hablé ingenuamente con la Madre de Dios y como tenía mi labor en la mano, le dije: «Sé muy bien que no necesitas nada de mí; pero quisiera hacer alguna cosa para los niños pobres. Dime, pues, quiénes son los más necesitados». Ella me contestó que siguiera trabajando tranquilamente, que ya me diría quienes eran los necesitados. Entonces me escondí en un hueco donde nadie me veía, trabajé con afán y me rindió mucho la labor. Vi a la Sagrada Familia prepararse para continuar el viaje.
  1. Va a Belén a casa de unos pastores.
    (16 de Diciembre de 1819)

    Fui a Belén caminando con mucho trabajo, pero muy de prisa. Me encaminé a una casa de pastores adonde sabía que María había de llegar aquella noche. La vi de lejos sobre el asno acercarse con José, cercados de luz. Era aquella una de las mejores casas y desde allí ya se veía Belén. Por dentro era lo mismo que las demás: un hogar con todos los vasos y utensilios do pastores y en la otra parte, una habitación donde yo creía que entrarían María y José. Al lado de la casa había un jardín con árboles y par la parte de atrás un establo construido, no con tapias, sino con cuatro cercas.
    Vivía allí un matrimonio joven, de muy buena índole. Cuando llegué me preguntaron qué quería. Respondiles que esperaba a María y José, que llegarían allí aquel mismo día. Ellos me dijeron que esto ya había sucedido, pero no volvería a suceder; y me mostraron alguna aspereza. Pero yo repuse que esto sucedería nuevamente cada año, pues siempre venía celebrándose este acontecimiento. Mostráronse de nuevo afectuosos y benévolos y cuando me senté en un rincón con mi costura, teniendo ellos que pasar delante de mí, quisieron darme luz para poder yo trabajar. Yo les dije que no necesitaba de ella; seguí cosiendo y cortando en la oscuridad, pues veía allí muy bien.
    La razón de haberme dicho que todo era pasado y que ya no sucedería más, nacía de que al entrar yo en aquella casa había dicho para mí: «¿Cómo es que esto sucede?»
    Estas personas se hallaban en este lugar hace largo tiempo, y todavía ¡cosa extraña! están aquí. Después me dije a mí misma: «Toma lo que tienes y no caviles demasiado». Y así me quedé tranquila y segura. La duda que yo había sentido, me la devolvieron aquellos dos pastores. Era como ver en un espejo, que aquello que tú quieres que los demás hagan contigo, debes tú hacerlo con ellos. Cuando llegaron María y José, recibiéronlos con mucha afabilidad. María se bajó del asno y José entró con el envoltorio que llevaban. Se adelantaron en aquel breve espacio hacia la derecha. José se sentó sobre el paquete y María en el suelo, junto a la pared. Aquellas buenas almas fueron las primeras que les brindaron algo. Trajeron un banquillo sobre el cual pusieron unos platos ovalados y lisos, donde había pequeños panes redondos y frutas. María y José no comieron; pero José tomó de ellos y salió fuera.
    Creo que a la puerta había un pobre. El asno estaba atado delante de la puerta.
    Aunque no comieron, aceptaron sin embargo aquellos dones con gratitud y
    humildad. Esta humildad en recibir siempre la admiré en ellos. Con respeto y temor me acerqué y dije a la Virgen que cuando tuviera al Niño se dignara pedirle que no me permitiera hacer ni desear sino lo que fuera su santísima voluntad. También le dije, de mi trabajo, que me manifestara cómo había de hacer y distribuir las cosas.
    Ella me respondió que todo lo que hiciera, lo hiciera bien. Entonces volví a sentarme, toda acobardada, en un rincón y continué con afán mi trabajo. No esperé a que partiera de allí la Sagrada Familia.
  1. Ve a Belén en los tiempos modernos..

    Mi guía me apartó un tanto de Belén, por la parte que mira al mediodía. Todo se hallaba allí desierto: era el tiempo actual. Delante de mí vi un jardín con árboles, de hojas finas, en forma de pirámide. Había en él preciosos cuadros cubiertos de verdura con pequeñas flores. En medio, sobre una columna, por la cual trepaban robustas parras, vi una iglesia pequeña, con ocho esquinas, rodeada de sarmientos. Exteriormente sólo se veían pámpanos, pero por la parte de la iglesia pendían racimos de un codo de largo y no se concebía cómo no se tronchaban con el peso de los sarmientos. De los ocho lados de esta pequeña iglesia, en la cual no había puerta alguna y cuyos muros eran transparentes y penetrables, salían caminos hacia arriba. En la iglesia se levantaba un altar donde había tres cuadros de este santo tiempo. El primero representaba el viaje de María con José a Belén; el segundo, el Niño Jesús en el pesebre, y el tercero, la huida a Egipto. Estas imágenes parecían vivas en el altar. Por los ocho lados se veían llegar de arriba doce antepasados de María y de José que daban culto a estas imágenes. Díjome mi guía que en aquel lugar había en otro tiempo una iglesia donde los parientes y la posteridad de la Sagrada Familia habían celebrado siempre la memoria de este santo misterio. Pero destruida la iglesia, estos bienaventurados han seguido y seguirán celebrando espiritualmente la misma fiesta hasta el fin de los tiempos.
    Entonces fui traída de nuevo aquí rápidamente.
  1. Describe su extraño estado.

    Mi estado es, en estos días, muy curioso. Vivo siempre sobre la tierra como si no viviera en ella, viendo en torno mío, de cerca y de lejos, muchos hombres y muchas imágenes. Veo hombres que perecen de hambre y mueren espiritualmente; veo extenderse la aflicción y el dolor. Ahora veo a las gentes aquí cerca; después en islas, bajo cabañas o en los bosques. En unas partes las veo que aprenden; en otras, que olvidan; mas en todas partes veo miseria y tinieblas. Después veo el cielo abierto, y a todos, tan pobres y desordenados. Pasan el tiempo en la inmundicia; sus caminos son torcidos. Después impelo hacia adelante a las gentes, mientras que yo me quedo atrás y en medio de esto me parece turbio y oscuro todo lo que miro. Siento constantemente profundo tedio por la vida. Todo lo que pertenece a la tierra me parece enteramente abominable; y me atormenta un gran hambre, hambre que no causa disgusto, porque es suave. ¡Es tan nauseabunda el hambre corporal!
  1. Ve a la Iglesia triunfante sobre Belén.

    Estoy viendo el pesebre y sobre él hacer fiesta a todos los bienaventurados que han adorado al Niño Jesús y a los que estaban allí con el deseo y la devoción. Los veo en una admirable Iglesia espiritual, la víspera del nacimiento del Salvador, ocupando el lugar de la iglesia, y a todos los que anhelan porque sean honrados este santo tiempo y este sagrado lugar. Así obra la Iglesia triunfante por la militante y la Iglesia militante debe hacerlo por la purgante. ¡Qué hermoso es todo esto! ¡Qué hermosa certidumbre! En torno mío miro, de cerca y de lejos, y veo estas iglesias espirituales. ¡No hay violencia capaz de destruir el altar del Señor! Donde ya no existe visiblemente, sigue invisible levantado por los santos espíritus. Nada de lo que sucede en la Iglesia por amor de Jesucristo es capaz de perecer. Allí donde los hombres no merecen celebrar las piadosas solemnidades, las celebran por ellos los bienaventurados; y todos los corazones que anhelan por el servicio de Dios están allí presentes y hallan una Iglesia santa y una fiesta espiritual, aunque su cuerpo, que tiende hacia la tierra, no lo presienta; ellos reciben la recompensa de su devoción. Arriba, en el cielo, veo a María en un magnífico trono ofrecer, a su divino Hijo, que se le muestra como tierno Infante, como Joven y como Salvador crucificado, todos los corazones que le amaban y que alguna vez han tomado parte en esta fiesta.
  1. Renovación de la naturaleza en Navidad.

    ¡Mira cómo resplandece y sonríe la naturaleza entera en su inocencia y alegría!
    Parece que un cadáver envuelto en el sudario se levanta de la corrupción, del polvo, de la oscuridad, y con su aparición atestigua que es todavía más que un cuerpo vivo, joven, floreciente y risueño, que es inmortal, inocente y puro, que es la imagen inmaculada de Dios. Todo vive y está henchido de inocencia y gratitud. ¡Oh hermosas colinas, rodeadas de árboles, que eleváis al cielo las copas, apresuraos a correr y a depositar ante el pesebre, a los pies del Redentor que se ha dignado visitar a las criaturas, vuestro aroma, vuestras flores y vuestros frutos! Por doquiera alzan las flores sus cálices y ofrecen su apariencia, su color y su hermosura al Señor que pronto vendrá a vivir entre ellas. Las fuentes murmuran y los arroyos saltan con júbilo inocente, como niños que esperan el regalo de Navidad. Las aves cantan suave y alegremente; balan y triscan los corderos; los animales todos se alegran mansamente; la sangre circula con más vida y pureza. Todos los corazones piadosos que estaban afligidos con santo anhelo, palpitan sin quererlo ni saberlo en presencia de la redención. Todo está en movimiento. Los pecadores sienten tristeza, ternura, arrepentimiento y esperanza. Los que no quieren arrepentirse, los pecadores endurecidos, los enemigos, los que han de crucificar al Salvador sienten angustia, inquietud y confusión, cuya causa no comprenden, pero advierten un movimiento indescriptible en el tiempo cuya plenitud se acerca.
    Esta plenitud y la dicha que contiene está en el corazón puro, humilde y humano de María, que ora en presencia del Salvador del mundo que en ella se ha hecho hombre y que, como luz hecha carne, vendrá dentro de poco a esta vida, a sus dominios, donde los suyos no lo conocieron.
    Lo que la naturaleza entera dice ahora, lo que proclama ante mi vista cuando viene su Creador a visitarla, escrito está allá arriba en aquel monte8 en los libros en que la verdad se ha conservado hasta la plenitud de los tiempos. Así como en la estirpe de David se han conservado las promesas hasta la plenitud de los tiempos en María, y así como esta estirpe fue conservada y purificada hasta que produjo la luz del mundo en la Santísima Virgen, así aquel Santo purifica y conserva todos los tesoros de la creación y la promesa y la significación y la esencia de toda palabra y de toda criatura hasta la plenitud de los tiempos. Él purifica y destruye toda maldad y error, y entonces todo fluye puro como cosa que procede de Dios, como en toda la naturaleza es puro lo que procede de esta divina fuente. ¿Por qué hay hombres que buscan y no encuentran? Aquí debieran ver que el bien produce siempre bien y el mal produce mal, cuando no es destruido por el arrepentimiento y por la sangre de Cristo. Así como los santos y los que viven piadosamente y las pobres almas del Purgatorio están en constante relación entre sí, obrando juntamente, ayudándose y comunicándose mutuamente los medios de salud y santificación, así veo yo esto mismo en toda la naturaleza. Es inexplicable lo que veo: el que es sencillo y sigue a Jesús lo recibe gratuitamente. Esta es la gracia admirable de este tiempo para siempre jamás. El demonio está en estos días encadenado: se arrastra y tiembla. Por eso aborrezco a los animales que se arrastran por la tierra. También el demonio nauseabundo y detestable de la herejía anda encorvado y no puede hacer nada en estos días. Tal es la gracia eterna de este tiempo.
  1. Ve a María en la gruta de Belén.

    He visto a San José salir por la tarde con una cesta y algunos vasos, como si fuera en busca de refrigerio. No es dado a lengua humana representar, como es debido, su sencillez, su modestia y humildad. Vi a María en el mismo ángulo, puesta en oración, de rodillas, con las manos algo levantadas. El fuego estaba todavía encendido. En el muro había clavada una vara, de donde pendía una lámpara encendida. Pero todo estaba inundado de luz, sin sombra alguna y la lámpara era tan débil como hacer nada en estos días. Tal es la gracia eterna de este tiempo. si luciera en pleno día. La luz tenía algo de corpóreo en la llama. María se hallaba enteramente sola. Estaba yo pensando qué había de llevar ante el pesebre del Salvador, cuya venida se acercaba, y para lo cual tenía mucho que andar. Atravesé los diferentes lugares que he visto en la vida del Señor. Vi a los hombres inquietos, confusos y en inexplicable angustia; vi a los judíos confundidos en sus sinagogas interrumpir su culto a Dios. También estuve en un lugar donde ofrecían sacrificios a los ídolos; allí había uno cuya boca era enorme. Los que hacían este sacrificio llenaban sus fauces con las carnes, y él reventó, originándose entre ellos espanto y confusión, y así cada cual huyó rápidamente por donde pudo. Llegué también a las cercanías de Nazaret, a casa de Ana, momentos antes del nacimiento del Salvador. Vi a Joaquín y a Ana que dormían en habitaciones separadas. Vino sobre Ana un resplandor y supuso, en sueños, que María había tenido un Hijo. Habiendo despertado, corrió hacia Joaquín, que ya venía hacia ella con la noticia. Ambos oraron con los brazos levantados y alabaron a Dios. Y los demás que estaban en la casa sintieron gran emoción: todos entraron adonde estaban Joaquín y Ana y los hallaron muy alegres, y al saber la noticia alabaron a Dios con ellos por el nacimiento del Niño. No sabían que este Niño era el Hijo de Dios; mas sí que era Niño que traería salud, el Hijo de la promesa, y sentían interiormente esto mismo, sin poderlo expresar. Además los conmovió el admirable estremecimiento de la naturaleza y aquella noche fue para ellos una noche buena. Vi, además, en varios lugares, alrededor de Nazaret, a personas piadosas que despertaban por efectos de una alegría íntima y suave, y se levantaban sabiéndolo o ignorándolo para celebrar con oraciones la venida al mundo del Verbo hecho carne. Entonces fui conducida al pesebre. El Salvador había nacido. La Santísima Virgen estaba sentada en el mismo lugar que antes, cubierta con un velo y en su regazo tenía al Niño Jesús, envuelto en pañales. No se le veía el rostro. La Virgen estaba inmóvil y como arrobada. A respetuosa distancia había algunos pastores; otros miraban desde arriba, por los agujeros del techo. Yo oraba en silencio. Cuando se fueron los pastores vino San José trayendo algo como un cubierto y manjares en la canastilla. Después que los hubo dejado, se acercó a María y esta le puso al Niño en sus manos. Él lo recibió con indecible alegría, devoción y humildad. Entretanto yo permanecía de rodillas pidiendo a la Madre de Dios se dignara llevar a su Hijo a todos los que estaban necesitados de salud. Vi en espíritu a todos aquéllos por los que rogaba, y fue escuchada mi oración.

  2. Ve llegar pastores y otras personas a la gruta.

    Era ya de día. María estaba sentada en el lugar acostumbrado, con los pies recogidos y el Niño acostado, envuelto en pañales, con las manos libres y el rostro inclinado, en dirección a los pies de ella. Tenía la Virgen en las manos unas como telas de lienzo que ordenaba o preparaba. San José estaba a la entrada, enfrente del hogar, arreglando una especie de espetera donde colgar ciertos utensilios. «¡Oh amado anciano!, decía yo para mí, no trabajarás ya mucho tiempo, que pronto habrás de partir». Yo estaba junto al asno. Entonces llegaron tres mujeres entradas ya en años. Parecían personas conocidas, pues fueron recibidas con toda confianza. María no se levantó. Traían bastantes regalos: frutos menudos, ánades, pájaros grandes de pico rojo y puntiagudo, debajo del brazo o sujetos por las alas, panes prolongados y redondos del grueso de una pulgada, telas de lienzo y otros objetos. Todo lo recibía María con extraordinaria humildad y gratitud. Ellas, con mucho silencio y recogimiento, contemplaban al Niño, conmovidas, sin tocarlo. Después se despidieron sin muchos cumplidos ni acompañamientos. Entretanto yo miraba al asno muy despacio. Tenía el lomo muy ancho. «¡Qué preciosa carga, decía yo para mí al verle, has llevado, querido animal!» Y quise ver si era verdadero asno, y toqué su pelo, suave como la seda. Entonces llegaron de la parte de donde vinieron los pastores y donde había jardines cercados de vallados de bálsamo, dos matronas con tres doncellitas como de ocho años. Parecían de más elevada clase, extranjeras, y que venían porque habían sido llamadas de modo más maravilloso que las anteriores. Traían dones de menos volumen, pero de mayor valor: granos en una copa, frutos diminutos y multitud de planchitas de oro, triangulares y gruesas, donde se veían estampados una especie de sellos. «¡Qué cosa tan admirable, decía yo; parece como si estuviera figurado en ellas el ojo de Dios! Pero no; ¿cómo he de comparar el ojo de Dios con la tierra amarilla?» María se levantó y les puso el Niño en las manos. Tuviéronle algún tiempo y oraron en silencio, con ánimo levantado, y le besaron. Las tres doncellas parecían silenciosas y conmovidas. José y María hablaron con ellas. Cuando se fueron las acompañó José por breve trecho. Todas estas personas vinieron como en secreto, procurando no ser vistas en la ciudad. Parecía que venían desde algunas millas de distancia. En tales visitas José se mostraba muy humilde, colocándose detrás y miraba desde lejos hacia allá

  3.  La Virgen la exhorta a relatar sus visiones.

    Cuando José salió acompañando a las mujeres, oré y expuse a María mi necesidad con mucha confianza. Ella me consoló brevemente. Esta manera de hablar es difícil de explicar: es como una intuición íntima. En tal forma, a saber, intuitivamente, me daba a entender como si dijera: «La lucha con tu hermana será muy penosa, pero tendrás que sostener otro combate más recio. ¡Animo, pues! Con la lucha y el dolor aumentan las fuerzas sobrenaturales. Cuanto mayor sea tu sufrimiento, verás más profundamente y con mayor comprensión y claridad. Acuérdate del provecho que sacarán de todo esto tus prójimos. Después me dijo que no dejara de manifestarlo todo, sin ocultar nada, aunque me pareciera de poca importancia. Todo tiene su fin y no debo dejar de decir cosa alguna aunque crea que no lo sé bien y aunque parezca inútil e incompleta. Me dijo que después de mi muerte las cosas cambiarán en cuanto a los protestantes, a lo cual ha de contribuir mucho la convicción que adquieran de mis circunstancias, y que por esta razón debo decirlo todo.

  4. Se le aparece el Niño Jesús y le da diversas explicaciones.
    (19 de Enero de 1821)

    ¡Ahora empieza mi desdicha! El Niño se ha marchado otra vez. ¡Sí, ahora empieza! El Niño me lo ha referido todo; su cuerpo eran lenguas. Hallábame junto al pesebre y sentía vivos deseos de tener al Niño Jesús y conversar con Él. Cuando salí de la gruta del pesebre fui transportada a una suave colina, rodeada de aguas cristalinas y cubierta de hierba fina como la seda. No había árboles, pero la hierba parecía tan tierna como si creciera debajo de ellos. Yo era una pequeña criatura; tenía las mismas ropas que en mi niñez, las cuales conocía yo muy bien y un sobretodo azul; en la mano un bastoncito. Después que estuve sentada un corto rato, el Niño Jesús vino a mí. Yo desplegué en parte mi vestido y Él se sentó a mi lado. Imposible decir cuan dulce y deliciosa fue esta aparición. No puedo dejar de acordarme de ella y en medio de mis penas me hace sonreír de alegría. El Niño habló muy afectuosamente conmigo, de todo lo que se refiere a su encarnación y a sus padres; pero me reprendió severamente porque me quejaba y era tan pusilánime. Me dijo que viera lo que a Él le sucedía: la majestad que había dejado; que desde su infancia había sido objeto de persecución y de qué manera se había humillado y me refirió toda la historia de su infancia. ¡Cuántas cosas me manifestó! Me dijo que había tardado mucho tiempo en venir a la tierra, porque los hombres se habían opuesto a su venida. Me habló luego de Santa Ana. ¡Cuan alta se ve en la presencia de Dios, pues fue convertida en arca de alianza! Después me enseñó que la Virgen y San José habían vivido ocultos, desconocidos y despreciados y de todo esto tuve muchas imágenes. Me habló de los Reyes Magos y me dijo que ellos querían llevar consigo al Niño y a San José y a la Virgen cuando vieron en sueños la cólera del rey Herodes. También me mostró los tesoros que aquéllos trajeron: hermosas piezas de oro y finas telas. Me refirió también la cólera de Herodes que, ciego, le había perseguido; que sus satélites habían buscado siempre al hijo de un rey, sin hacer caso del pobre Niño de la gruta del pesebre, hasta que por último, cuando él llegó a cumplir nueve meses, sintió Herodes tal ansia e inquietud que mandó matar a todos los niños.

  5. Cuadro de los sufrimientos del Niño Jesús.

    (7 de Julio de 1820) Cuando no puedo llevar en silencio los dolores y me veo precisada a proferir alguna queja, son para mí mucho más penosos, pues me parece que me falta el amor y que no puedo ser escuchada por el Señor. Siento como si tuviera fuego en mi cuerpo y me atravesaran el pecho, los brazos y las manos, agudos y sutiles rayos de dolor. Excede a la humana capacidad comprender los dolores que Jesús sufrió durante su vida entera. Padeció como un cordero sin exhalar ninguna queja y en esto se conoce su infinito amor. Si a mí, pobre criatura, concebida en pecado, siempre me ha angustiado y dolido cualquier injusticia, ¡cuán gravemente no se sentiría ofendida la infinita perfección de Jesús, que fue martirizado y despreciado hasta la muerte! Esta noche, mientras sentía yo incesantes dolores, he visto lo que padeció durante toda su vida y he visto también sus dolores internos, en cuanto me ha hecho la gracia de dármelos a entender. Tan flaca soy que sólo puedo referir de estas cosas lo que en el momento me ocurre. He visto en el seno de María una gloria y en ella un niño resplandeciente. Vi crecer al Niño y que se consumaban en Él todos los tormentos de la crucifixión. ¡Qué triste y horrible espectáculo! Yo lloraba y suspiraba en voz alta. Le vi golpeado, azotado, coronado de espinas, puesto y clavado en la cruz, herido su costado; vi toda la pasión de Cristo en el Niño. Causaba horror el verlo. Cuando el Niño estaba clavado en la cruz, me dijo: «Esto he padecido desde que fui concebido hasta el tiempo en que se han consumado exteriormente todos estos padecimientos. El Señor murió cuando tenía treinta y tres años y tres meses. Ve y anúncialo a los hombres». Pero, ¿cómo he de comunicárselo a los hombres? También le vi recién nacido, y vi a otros niños venir al pesebre a maltratarlo. La Madre de Dios no estaba presente y y no podía defenderlo. Llegaban con todo género de varas y látigos y le herían en el rostro, del cual brotaba sangre y todavía presentaba el Niño las manos como para defenderse benignamente; pero los niños más tiernos le daban golpes en ellas con malicia. A algunos los fajaban sus padres y les enderezaban las varas para que siguieran hiriendo con ella al Niño Jesús. Venían con espinas, ortigas, azotes y varas de distinto género, y cada cosa tenía su significación. Uno llegó con una vara tan fina, como una caña de trigo, y al herirlo con ella, la vara se rompió y sus pedazos cayeron sobre él mismo. Yo conocía a muchos de aquellos niños. Otros llevaban vestidos superfluos; se los quité y a algunos les di muchos golpes.

  6. Reflexiones de Navidad.
    (21 de Diciembre)

    He aquí que veo a todos los niños por los cuales he hecho alguna cosa. Están muy alegres y están vestidos de todas las cositas que les he hecho: todos esos vestiditos resplandecen; y también está presente mi Esposo celestial. ¡Ven aquí, querido joven, siéntate aquí’…. ¡Oh! ¡qué sed tengo del Salvador! Es una sed potente, pero dulce. Toda otra sed es nauseabunda. ¡Oh, cuál sed debe haber tenido María de su divino Niño!… ¡Ella lo tuvo sólo por nueve meses bajo su corazón y yo puedo recibirlo tan a menudo en el Santísimo Sacramento! ¡Un tal alimento que sacia está sobre la tierra! ¡Con todo eso, muchos mueren de hambre y de sed! Aquel país donde descendió esta gran salvación para los hombres, era tan desierto y desordenado, como lo es ahora el mundo entero. Pero los santos no dejan perder nada completamente; donde una vez hubo una iglesia, la hay también ahora. ¡Oh cuántas iglesias veo yo aquí, en Belén y en el mundo entero, suspendidas en el aire sobre los lugares donde en otro tiempo se levantaban iglesias! Y en esas iglesias aéreas son celebradas las grandes solemnidades. Aquí está aún la iglesia donde fue celebrada de tan bello modo la Inmaculada Concepción de María. En esto consiste su Inmaculada Concepción: que ella no tenía en sí ningún pecado, ninguna pasión y que su santo cuerpo no padeció ninguna flaqueza. Por lo demás, ella no tuvo gracia alguna a la cual no haya cooperado, fuera de aquélla de haber concebido a Nuestro Señor Jesucristo.

  7. Visiones diversas relacionadas con la infancia de Jesús.

    Cuando yo tenía diez años, aquel jovencito (tal vez Jesús) me dijo: «¿No iremos a ver cómo estará aquel pesebrito que desde años hemos fabricado?»… «¿Qué habrá sucedido?», pregunté yo. El jovencito respondió que yo debía sólo seguirlo y que lo encontraríamos en seguida. Cuando lo encontramos, vimos las flores con que lo habíamos adornado, convertidas en guirnaldas y coronas. Algunas, sin embargo, estaban solo a medio formar y el jovencito me dio una pequeña corona de perlas que estaba ya terminada y yo me la coloqué en el dedo. Tuve entonces inquietud y ansiedad porque no podía quitármela del dedo. Rogué al jovencito que me la sacase, puesto que temía no poder ya trabajar con aquella corona en el dedo. Me complació y cubrimos el todo como estaba antes. Creo que esto era un cuadro simbólico; no recuerdo con certeza que se haya cumplido en realidad esta imagen. Más tarde estuve enferma, siendo ya adulta, y deseaba entrar en un convento; como no tenía dinero alguno y estaba muy turbada, me dijo el jovencito que esto no importaba, que su padre tenía en abundancia y que también el Niño Jesús no había tenido nada y que muy pronto entraría yo en el convento. Y entré y tuvieron lugar las bodas. Cuando después, siendo monja, enfermé, y me sentía muy turbada porque no tenía nada, yo decía: «¡Sí, sí, ahora estamos! Tú has dicho que tendrías cuidado de todo, que siempre tendría yo bastante y ahora te desentiendes; tú no vienes y yo no tengo nada». Entonces aquel jovencito vino hasta mí de noche y me trajo dinero, perlas, flores y toda clase de cosas preciosas, de tal modo que yo estaba siempre ansiosa por saber qué haría con tantas cosas. Muchas veces he recibido otro tanto en varias visiones. Pero no sabría decir qué fue de todo ello. Creo que estos regalos eran símbolos de los donativos que efectivamente recibí y que se multiplicaron maravillosamente, como el dinero y el café que me fueron regalados en el día festivo de Santa Catalina. Continué por mucho tiempo enferma y después mejoré por un par de días. Tuve en este estado muchas visiones del Niño Jesús, y de muchas curaciones. Después me encontré en otro estado, fuera del convento, muy enferma y a menudo en grande angustia y necesidad, y siempre aquel jovencito venía junto a mí, me consolaba y me ayudaba. Finalmente vi como en un cuadro el futuro. Aquel jovencito me condujo de nuevo junto a las coronas y a las flores del infantil pesebre, en una especie de sacristía. Allí lo vi guardado en un armario, pareciendo como coronas y ornatos de oro y el jovencito me dijo: «Conviene añadir las perlas que faltan y luego todo eso será usado en la iglesia». Supe entonces que yo debía morir, no bien aquellas perlas estuviesen enteramente terminadas. Santa Dorotea vino junto a mí y me dijo que se habían burlado de ella varias veces por haber adornado el altar con muchas flores, y que había respondido: «Las flores se marchitan; pero los colores y perfumes los vuelve a tomar Dios, que los ha dado; así Él deja marchitarse los pecados y vuelve a tomar lo bueno que se le ofrece, porque es suyo y a .Él le es debido». .Ella también ha deseado siempre en espíritu encontrarse junto al pesebre del Señor para ofrecerle todo cuanto tenía en sí. También el Peregrino debe entregar a Jesús Niño todas sus penas, sus debilidades, sus faltas, y no llevarse consigo nada de todo esto. Debe empezarlo todo de nuevo y debe implorar a Jesús Niño, en regalo, un amor ardiente, para encontrar mayor consuelo en Dios. Veo también a San Jerónimo. Él ha vivido aquí largo tiempo y, pidiéndole a Dios, ha obtenido tal fuego de amor que parecía consumirlo. ¡Oh! ¿Quién podrá decir la belleza, la pureza y la inocente profundidad de los sentidos de María? ¡Ella lo sabe todo, y, sin embargo, parece como si fuese ella sola la que no conociese el valor de su persona, tan profunda es su infantil simplicidad! ¡Baja los ojos y todas las veces que mira, su mirada penetra como un rayo, como la verdad, como una inmaculada luz! Así sucede porque es toda inocente y llena de Dios, sin voluntad propia o designios. Ninguno puede resistir a semejantes miradas.

  8. Cuadros de Navidad en los pueblos de Oriente.

    Durante todo el camino, en la noche maravillosamente agitada, tuve un continuo encuentro con los más variados cuadros y visiones de hombres que despertaban en la noche, se juntaban gozosos, y oraban o estaban inquietos y conmovidos; y esto en las más diversas comarcas. Mi viaje se deslizaba con gran rapidez hacia el Oriente, inclinándose más bien hacia el sur que en el viaje a la montaña de Elías. Una vez, en una ciudad muy vasta y en ruinas, donde multitud de hombres vivían en casas elevadas, en medio de columnas ruinosas y de magníficos edificios, los he visto a todos sumergidos en la agitación más admirable y en un movimiento extraordinario, en una amplia plaza rodeada de columnas. Hombres y mujeres acudían presurosos y muchos venían desde los campos: todos miraban al cielo, y algunos con largos tubos de cerca de ocho pies que se estrechaban. Iban a sus templos, donde no había ídolo alguno, con la mano en lo alto todos decían: «¡Qué noche maravillosa!» Deben haber observado alguna aparición extraordinaria en el cielo; quizás un cometa. Tal vez naciera de esto la inquietud que observé en todas partes. No recuerdo haber yo mismo mirado hacia el firmamento. Desde allí me apresuré a ir hacia aquella comarca donde la gente saca agua del río sagrado, por medio de sus sacerdotes . Había esta vez mayor gentío y parecía ser un día de fiesta. Cuando llegué, no era ya de noche, sino pleno mediodía. Con los pueblos que había visto antes, no pude hablar. Con éstos he hablado, y me recibieron y parecían conmovidos por mi llegada. Les dije que no debían ya ocuparse de sacar agua del río sagrado, sino que debían volverse al Salvador que había nacido. No sé en qué forma se lo dije; pero se mostraron conmovidos y maravillados, y se tornaron tímidos en mi presencia, especialmente aquéllos que eran de ánimo piadoso y recogido. Había entre ellos almas muy inocentes y sensibilísimas. Vi a éstos más en la parte por donde se aplicaban los ojos; otros indicaban algo que parecía el ara del sacrificio. Hombres, mujeres y niños se hincaron. Las madres ponían delante a sus hijitos y del modo más conmovedor elevaban las manos a lo alto en actitud de plegaria. Pensé en aquella Judit que está en el monte de los judíos, y de pronto la vi en su casa, en la sala donde pendían lámparas, junto con muchísima gente, entre ellos algunos extranjeros. Parecía una reunión devota y religiosa. Me pareció que discutían y reflexionasen sobre alguna cosa y había entre ellos mucha excitación y movimiento. Vi como si Judit recordase mi aparición y desease con cierta timidez mi retorno. Me pareció que ella pensaba que el Mesías había realmente nacido, y que si lograba convencerse plenamente de aquello que le había anunciado en mi aparición, ella haría cuanto se había propuesto para ayudar a su pueblo.

  9. Viaje a la Palestina.

    Viajé hacia Belén, al encuentro de María y José; quería disponerles un albergue para la noche. Llevaba conmigo ropa blanca y mis utensilios para coser, pues no había terminado aún mi trabajo. Llegué a una casa adonde creí pararían María y José. Esta casa no tenía un techo igual y en declive, sino que se parecía más bien a una de nuestras casas de campesinos. Aquellas gentes eran duras y de mala voluntad. Tenían mucha hacienda y cuando yo les dije que debían preparar un albergue para José y María, me contestaron que no tenían lugar y que esperaban huéspedes. Y efectivamente, vinieron muchos huéspedes: gentuza de toda clase, jóvenes desagradables, y comenzaron a preparar una mesa, a cocinar, a freír y a bailar locamente entre ellos. Yo seguía pidiendo albergue para la Madre de Dios, pero aquellos danzantes me pisaban los pies y me arrojaban de un lado a otro. Entonces vino hacia mí aquel jovencito vestido de verde11, que era la Paciencia y que me había traído Santa Cecilia; entonces pude aguantar todo con paciencia. Me parecía conocer a aquella gente descompuesta. Había entre ellos muchos protestantes y ciertas personas que me habían perseguido y burlado. Mientras ellos persistían en no dejar libre ningún lugar para José y María, yo había descubierto una habitacioncita que no usaban para nada. No quisieron dejarme entrar y parecía que se oponían por alguna secreta razón. Entré de todos modos y con gran extrañeza mía encontré allí una mujer viejísima que habían ellos encerrado miserablemente; estaba toda cubierta de telarañas. La limpié enteramente y la conduje afuera, a la mansión de bodas. Entonces toda aquella gente se mostró muy extrañada. Reprendidos por mí por su conducta con aquella mujer, se alejaron dejando vacía la casa. La anciana comenzó entonces a ocuparse de la economía doméstica y preparó una refección. Vi luego a otros muchos jóvenes y especialmente jovencitas que deseaban llevar vida espiritual. Al mismo tiempo descubrí otra pieza que se dilataba maravillosamente y aparecía siempre más luminosa. Vi en ella almas puras de nuestra vecindad y de esta comarca; entre otras, la de mi madre y la de la señora del miembro del tribunal secreto, y con estas almas sus ángeles custodios. Todas estas almas estaban vestidas con trajes al antiguo uso germánico, que se acostumbraban entonces en estos países. Pensé que mi madre, vestida con aquellos magníficos trajes, no me reconocería. Yo había preparado todo en aquella habitación para la Sagrada Familia, y José y María llegaron, en efecto, y fueron recibidos muy amistosamente. No pusieron atención alguna en las cosas que allí había, sino que se retiraron a un cuarto oscuro y se sentaron, apoyados contra el muro. La pieza se volvió en seguida luminosa. Yo los honré con toda reverencia. María y José no permanecieron, por lo demás, mucho tiempo allí. Los más viejos de los que estaban en la casa los miraban a través de la puerta. Me pareció que se iban por humildad. Entretanto, la anciana mujer, librada por mí, se había tornado joven y muy agraciada, y se transformó en la primera de casa, antes bien era la esposa. También ella estaba vestida bellamente según el uso antiguo de nuestro país. Toda la casa se convirtió poco a poco en una iglesia, y donde estuvo el hogar se erigió un altar.

  10. Traída por su ángel, libra a una vieja de la vecindad.
    (27 de Noviembre de 1821)

    Sí, era muy extraño. Hallándome lejos, muy lejos, en el país de los Reyes Magos, en lo alto de la cadena de montañas que está entre los dos mares y mirando sus ciudades formadas por carpas, de la misma manera que se mira desde la ventana hacia el corral, me sentí de pronto llamada a casa por mi Ángel de la Guarda. Volví y aquí mismo, en Dülmen, he visto ante nuestra casa pasar a una vieja pobre que yo conocía y que volvía de la tienda. Hallábase exasperada y llena de enojo; gruñía y juraba horriblemente. Vi entonces que su Ángel Custodio se alejaba, y vi en cambio que se cruzaba en su camino, para hacerla caer, una grande y espantosa sombra diabólica: quería que se rompiese la cabeza y muriese en pecado mortal. Cuando vi esto, abandoné a los tres Reyes, recé ardientemente a Dios para que socorriese a la pobre mujer y volví a encontrarme en mi habitación. Vi entonces que el demonio se precipitaba furioso hacia la ventana y quería entrar, teniendo en sus manos un grueso lío de cuerdas y de cordones entrelazados, pues, para vengarse quería tramar con todo aquello grandes intrigas y suscitar aquí toda clase de disturbios. Entonces me precipité sobre él y le di un puntapié que lo hizo caer hacia atrás; creo que va a acordarse de ello. Luego me puse a lo largo delante de la ventana para impedirle la entrada.

DE POMPEYA (75 d.C.) A ROMA (410 d.C.)

En el año 75 la ciudad romana de Pompeya fue sepultada por las cenizas del volcán Vesubio. En el año 410 la ciudad de Roma fue conquistada por los visigodos, a las órdenes de Alarico.

Entre ambos sucesos, unos tres siglos, se produce la caída del llamado “Imperio Romano”, es decir una serie de pueblos que se encontraban subyugados por las legiones romanas.

En el s. XVIII, reinando en Nápoles, el que sería posteriormente Carlos III, se realizaron unas excavaciones en lo que había sido la ciudad de Pompeya. Cuando el rey contempló lo que se representaba el las paredes de la mansión desenterrada, mandó que se volviese a enterrar y que se interrumpieran las excavaciones. La razón de la decisión real fue la aparición de unas imágenes que podríamos calificar de “guarras”.

Cuando se excavó la ciudad de Pompeya en el s.XX la aparición de numerosas representaciones, como las descritas más arriba, así como la disposición de numerosas viviendas, al parecer de ciudadanos honorables, en las que todas disponían de una parte dedicada a la prostitución, llevaron a la conclusión de que Pompeya era algo así como Sodoma, pero investigaciones posteriores concluyeron que lo encontrado en Pompeya era lo común en el resto de las ciudades romas de la época. La razón de que no se hayan conservado dichas pinturas en otras ciudades se debe a que con posterioridad, y hacia el final del imperio, la declaración del cristianismo como religión oficial supuso un cierto rearme moral.

Lo que parece inconcebible es que una sociedad, carente de valores morales, como era la romana de los s.III y IV, durase tanto. Buena prueba de esto es que la entrada de los visigodos en Roma se realizase sin apenas resistencia, en contraposición a lo que supuso la caída de otras ciudades (Numancia, Cartago, etc.) en la que sus habitantes, que sí tenían el valor suficiente, resistieron al invasor hasta la muerte. Los romanos de principio del s.V carecían del mismo, es decir, habían caído en la más profunda degradación moral.

Cuando se habla de la cultura romana frente a la de los pueblos bárbaros se está cometiendo una enorme injusticia. La cultura romana se impuso, a los pueblos que tuvieron la desgracia de padecerla, a base de violencia (crucifixiones, esclavitud, etc.) no respetando los valores de los invadidos, que en muchos casos eran muy superiores a los romanos. Como ejemplo se puede poner lo sucedido con el pueblo judío. ¿Cómo iban a aceptar como superiores personas que adoraban unos dioses impresentables y ridículos, cuando ellos habían alcanzado el monoteísmo? ¿Cómo se iban a tragar que el Emperador tenía carácter divino?, sobre todo teniendo en cuenta lo impresentables que fueron la mayoría de ellos…..

La historia oficial la escriben los pueblos vencedores, como es el caso de los romanos, lo cual significa, en todos los casos, una forma sesgada de relatar los hechos acaecidos. Los nuevos investigadores en el campo de la historia tienen por delante como objetivo tratar de dar una versión más acorde con lo sucedido, evitando beber en las fuentes tradicionales como se venía haciendo.

CURIOSIDADES DE LA HISTORIA

En la antigua Inglaterra las gentes no podían tener sexo sin contar con consentimiento Real (a menos que se tratara de un miembro de la familia real). Cuando una pareja quería tener un hijo, debían solicitar un permiso al monarca, quien les entregaba una placa que debían colgar afuera de su puerta mientras tenían relaciones. La placa decía: «Fornication Under Consent of the King» (F.U.C.K.). Ese es el origen de tan socorrida palabrita.

Durante la guerra de secesión, cuando regresaban las tropas a sus cuarteles sin tener ninguna baja, escribían en una gran pizarra «0 Killed» (Cero muertos). De ahí proviene la expresión «O.K.» para decir que todo está bien.

En los conventos, durante la lectura de las Sagradas Escrituras, al referirse a San José decían siempre «Pater Putatibus» y por simplificar «P.P.» Así nació el llamar «Pepe» a los José.

Cada rey de las cartas representa a un gran rey de la historia:

Espadas:       Rey David

Tréboles:     Alejandro Magno

Corazones:   Carlo Magno

Diamantes:   Julio César

En el Nuevo Testamento en el libro de San Mateo dice «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos». El problemita es que San Jerónimo, el traductor del texto, interpretó la palabra «camelos» como camello, cuando en realidad, en griego «Kamelos» es aquella soga gruesa con la que se amarran los barcos a los muelles, en definitiva, el sentido de la frase es el mismo, pero ¿Cuál les parece más coherente?

Cuando los conquistadores ingleses llegaron a Australia, se asombraron al ver unos extraños animales que daban saltos increíbles. Inmediatamente llamaron a un nativo (los indígenas australianos eran extremadamente pacíficos) e intentaron preguntarle mediante señas. Al notar que el nativo siempre decía «Khan Ghu Ru» adoptaron el vocablo inglés «kangaroo» (canguro). Los lingüistas determinaron tiempo después el significado, el cual era muy claro. Los aborígenes querían decir «No le entiendo».

La zona de México conocida como Yucatán viene de la conquista cuando un español le preguntó a un indígena como llamaban ellos a ese lugar. El indio le dijo: Yucatán. Lo que el español no sabía era que le estaba contestando: «no soy de aquí».

Dice el refranero popular: UNO NO SE ACUESTA SIN SABER ALGO NUEVO