En uno de los muchos colegios que tuve que recorrer en mi etapa de estudiante, hubo uno, en que cada mes se imponía a los alumnos bandas de distintos colores, según sus méritos y comportamientos.
Pues bien, cuando llegué al colegio, el curso había empezado y me incorporé en el segundo trimestre. En el colegio, como en todos los que recorrí, había grupos de alumnos de diversos tipos, uno de los cuales estaba a las órdenes de un líder, que entre otras cosas, se dedicaba a incordiar a los que consideraba con derecho a hacerlo.
Aunque contaba con poca edad sabía, que si no ponía las cosas claras desde el principio, estaría sometido a las burlas, “caricias”, etc. del dichoso “matoncillo”, durante el curso. Así que en la primera ocasión que se presentó me dirigí al susodicho y empecé un forcejeo, que por mi parte se limitó a romperle todo lo que pude su traje, a cambio de unos guantos golpes que se tradujeron en moratones – me imagino que su madre le daría lo que yo no pude. Esta acción supuso que me castigaran sin salir al recreo durante una semana. Cuando terminó el mes, con gran sorpresa por mi parte me impusieron la banda … ¡Negra! (que era la reservada al que tuviese peor comportamiento).
Llegué a mi casa con mi banda, y cuando expliqué a mi madre la razón por la que me la habían impuesto, me dio un beso y me felicitó. Mi tata (Feli) se encargó de limpiar, almidonar y planchar la banda, que naturalmente estaba “que daba pena”. Durante el tiempo que llevé la banda, para sorpresa del colegio, lo hice con gran satisfacción. Creo que fui el primer alumno en la historia que se había sentido tan contento con lucirla, y cuando la entregué estaba como nueva.
A lo largo de mi vida he recibido honores, diplomas, placas, medallas, etc., pero nada me ha producido mayor alegría que la “Banda Negra”.